Paréntesis
Aquella tarde me senté en el sillón de
orejas de mi padre. Parecía envolverme. Es posible que lo sintiera así por la
necesidad del roce de un íntimo abrazo de quien sabía que ya no iba a regresar. En mis visitas nunca reparé en la cantidad de retratos que decoraban la casa. Quizás, hoy era el momento de hacer una pausa y revisar ese pasado vivido casi sin darme cuenta; adivinar si quedaba
margen para perseguir algún sueño o si el futuro se encargaría de
desbaratarlo. Resultó de vital importancia que contemplara aquellas caras sonrientes y felices, porque atenuaron mí melancolía. Algo más sosegada, me di cuenta
de que cuando enmudecieran los recuerdos, siempre me hablarían las fotos.
Mar Lana
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