El pequeño oasis
Su pueblo no era más que un puñado de casas desperdigadas
cerca del desierto. Sólo se oía el viento arremolinando la arena. Zaira iba
temprano a coger agua del pozo a varios kilómetros de allí. Al llegar se
desprendía del burka y
cantaba. Primero bajito, temerosa, y luego alzando la voz hasta amainar la
dureza del paisaje. En ocasiones bailaba; sus pies descalzos retozaban alegres y
giraban al compás de sus canciones, mientras miraba feliz al cielo. Buscaba
otros mundos en el calidoscopio de las nubes. Pero aquel día, un vecino la vio
danzar con la melena al viento desafiando la sharia. Por ello sufrió el castigo
lacerante de sus mayores. Después, la
recluyeron en el silencio de los muertos.
Mar Lana